Seamos diferentes, busquemos lo oculto, lo que no se ve a simple vista, lo que anda por las calles traseras, lo que (casi) nadie entiende, nuevo o viejo, pero que nos agarre a la vista y nos haga detenernos por un momento…o por una vida.
Que nos abra puertas y ventanas, que nos sacuda las pelusas de lo ya visto, que nos levante el polvo de “lo de siempre”.
Me aburren los artistas que no salen de su rutina, que ofrecen siempre la misma obra…están orgullosos porque eso, dicen, es “tener un estilo propio”. Y repiten el mismo libro, el mismo cuadro, la misma foto hasta la náusea. Son mecánicos de una especialidad, no artistas.
Hay que seguir a los que tienen el coraje de hacer lo que quieren y lo que sienten, sin tendencias absurdas que marcan la gente gris, aburrida, sin imaginación y sin mirada.
Ahí está Chi Peng, Cai Hongshuo, Feng Fangyu, Peikwen Cheng…, fotógrafos chinos con obras originales y rompedoras.
Ahí está Antoine d’Agata, fotógrafo al que parece que últimamente se ha puesto todo el mundo de acuerdo en valorar, que tira sus fotos a la cara del espectador desde hace años sin atenerse a normas y, mucho menos, a reglas de composición al uso.
Y tantos más que esperan a una mirada que sepa ver su trabajo.
¿Por qué se sigue valorando la fotografía con las leyes compositivas de la pintura clásica? ¿A quién le interesa que se siga hablando del lenguaje formal en las fotos? Se han agarrado a eso y no quieren soltarlo porque se quedan sin argumentos para justificar sus obras… y sus ingresos.
La Fotografía, como arte independiente que es, crea sus normas con cada fotógrafo, con cada artista que, como tal, nos explota en la vista y nos crea la necesidad de ver más y más, de buscar y escarbar para no seguir viendo lo mismo.